Amor - una historia

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Jan y Janina
viven en un viejo pueblo a orillas de un río.
Hay dos viejas iglesias hermosas y un viejo puente.
Ellos aman a su ciudad.
A menudo se les ve sentados a orillas del río
y se alegran del resplandor que ofrecen las olas.
Ellos tienen amigos en la ciudad
y cada tanto se encuentran para una amigable tertulia.
Pero durante la última visita les cubrió el alma una sombra.
Y así fue.

Una joven mujer - ellos la conocían desde hacía tiempo -
estaba sentada, tranquila, muy tranquila, allí toda la noche.
Se podía ver claramente cuán mustia estaba.
Su amigo la había abandonado.
Pero ella lo seguía aún amando.

Esto les da que pensar a Jan y Janina.
Pues - y sobre esto no se habían puesto a pensar todavía -
también su amor podría tener pronto un fin.
Esto se convirtió en un verdadero problema para ello



Pero como siempre, cuando tienen algún problema,
ellos van a una capillita en medio de la ciudad.
Allí arde durante el día una vela.
Se sientan y clavan sus ojos en la llama.

Tal vez venga de alguna parte una solución
o aunque más no sea un consuelo, pequeño.
Ya varias veces, consolados, se habían retirado de allí.

"¿Y . . . qué os oprime tanto ahora?"
Delante de sus ojos aparece el rostro del hombre sabio.
Enseguida les vuelven los recuerdos.
Naturalmente, a él ya lo habían encontrado una vez.
Entonces, él, sentado en un banco, los estaba esperando.
Rebosantes de alegría por volver a verlo y tan llenos de confianza como entonces,
Janina reúne ánimos y cuenta sus cuitas
y el miedo por la pérdida de su amor.

Sereno, el hombre sabio la escucha hablar.
"Sé cuál es vuestro temor y cuáles son vuestras inquietudes.
Veo que para vosotros eso es un problema.
Pero la respuesta no es tan fácil, tampoco para mí.
Yo quiero, sin embargo, ayudaros.
Os invito para que demos una caminata por el Camino de los Filósofos.
Vosotros lo conocéis ya. Pues hasta mañana a las nueve.
Pero no olvidéis de traer algo de comer y beber.
Será un largo trayecto."
Y así fue.

Una joven mujer - ellos la conocían desde hacía tiempo -
estaba sentada, tranquila, muy tranquila, allí toda la noche.
Se podía ver claramente cuán mustia estaba.
Su amigo la había abandonado.
Pero ella lo seguía aún amando.

Y ello se convirtió en un verdadero problema para ella.
Pero como siempre, cuando tienen algún problema,
ellos van a una capillita en medio de la ciudad.
Allí arde durante el día una vela.
Se sientan y clavan sus ojos en la llama.

Tal vez venga de alguna parte una solución
o aunque más no sea un consuelo, pequeño.
Ya varias veces, consolados, se habían retirado de allí.


"¿Y . . . qué os oprime tanto ahora?"
Delante de sus ojos aparece el rostro del hombre sabio.
Enseguida les vuelven los recuerdos.
Naturalmente, a él ya lo habían encontrado una vez.
Entonces, él, sentado en un banco, los estaba esperando.
Rebosantes de alegría por volver a verlo y tan llenos de confianza como entonces,
Janina reúne ánimos y cuenta sus cuitas
y el miedo por la pérdida de su amor.


Sereno, el hombre sabio la escucha hablar.
"Sé cuál es vuestro temor y cuáles son vuestra inquietud.
Veo que para vosotros eso es un problema.
Pero la respuesta no es tan fácil, tampoco para mí.
Yo quiero, sin embargo, ayudaros.
Os invito para que demos una caminata por el Camino de los Filósofos.
Vosotros lo conocéis ya. Pues hasta mañana a las nueve.
Pero no olvidéis de traer algo de comer y beber.
Será un largo trayecto."
Y así fue.

Esperanzados, al día siguiente se ponen en camino
y llegan puntualmente al lugar indicado.
El hombre sabio los está ya esperando.
Se saludan cariñosamente con un beso en cada mejilla,
como suelen hacer los franceses, piensan ellos.
"Pues bien, a andar se ha dicho".


El sol brilla, el cielo es azul.
Del otro lado del valle hay un viejo castillo.
Una atracción, que los turista visitan gustosos,
lo que Jan señala no sin orgullo.

Cada vez más, el camino se hace cuesta arriba,
el sol sigue subiendo en el cielo,
la cuesta exige su precio de sudor.
"Hagamos una pequeña pausa", dice el hombre sabio.
Jan y Janina están de acuerdo.
Se tonifican y refrescan.
Luego arrancan nuevamente.
"Tenemos todavía un largo camino delante de nosotros."
El sendero se va angostando, y cada vez más empinado.


Y, de repente, se encuentran ante un vallado, un verde zarzal.
Qué extraño, antes no estaba aquí.
Sorprendidos, Jan y Janina se detienen allí.

El hombre sabio, empero, continúa su camino
y es hace seña para que retomen la marcha.
Inesperadamente, el muro verde se abre ante ellos.
Dubitativos ellos le siguen detrás.

Del otro lado los espera un espeso manto blanco de niebla,
que poco a poco se disipa.
Ante sus ojos se ofrece un panorama maravilloso.

Un mundo nuevo completamente diferentes se extiende a sus pies,
un cielo de un azul profundo, verdes prados, bosquecillos hermosos, flores multicolores, todo brilla como desde lo más hondo.
A cierta distancia un lago no muy grande.



Al final del lago, - y eso ellos no lo habían visto nunca -
una hermosísima cascada de agua cristalina.
Millones de gotas finísimas,
cayendo en una suave cadencia,
y sobre todo
un gran arcoiris de gran brillo
- claro y resplandeciente -
Jan y Janina olvidan todo lo que les oprimía.
Quedan extasiados ante tal grandioso espectáculo .



Después de un buen rato
perciben un grupo de hombres y mujeres
llevando largas togas multicolores.
Una pareja se separa del grupo y se dirige hacia nosotros,
sonrientes, invitándolos a seguirles.
Y ahora ven gente a derecha e izquierda,
que también, como ellos, se precipitan en dirección del lago.

Una brisa ligera se levanta y, entonces,
resuena una voz suave pero clara:
"Esta cascada tiene, según vuestra medición del tiempo,
ya muchos millones de años
y, según vuestra misma cronología,
perdurará todavía otros muchos millones de años.


¿Por qué, entonces, teméis por vuestro amor?
ya que si apenas ahora ha comenzado.


Ved al agua, bebed de ella.
Estas aguas son las aguas de la vida y del amor,
ellas fluyen desde infintos años.
Ya que ellas mismas son eternas
y vuestro amor crecerá,
crecerá y crecerá.


¡Nuevamente reina el silencio!

Jan y Janina, pese a todo, siguen bebiendo y bebiendo.
Con cada trago empequeñece su miedo y, de golpe,
termina él por desaparecer.

En su corazón se expande un maravilloso sentimiento
de paz y de amor.
Se levanta una niebla tenue
y de repente ven ellos ante sí
la llama de la vela en la capilla.
En silencio se aleja el sabio.



Jan y Janina, en cambio, se quedan.
Sus cuerpos y sus almas se rozan apenas, tiernamente,
el miedo se desvaneció,
pero su amor permanece intacto,
sintiéndose fuerte y con toda vivacidad.

Por fin, ellos se yerguen,
como en un sueño se van a casa.
Y a veces, sentados en la orilla de su río,
ven el destellante juego de luz y olas
recordando los acontecimientos maravillosos.


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Text und Fotos von Albert Jäger
Das Bild vom großen Wasserfall von Heidrun Müller