La siguiente narración es una pequeña parte del libro "La caida de los gigantes" de Ken Follett. Bien podría ser un hecho real. Se cuenta que en la guerra civil española, entre batalla y batalla, ambos bandos jugaban partidos de fútbol. La realidad, casi siempre supera a la ficción

Se recrea en la región de Calais, en terrritorio francés, el 25 de Diciembre de 1.914, a principios de la primera guerra mundial. Dos grandes trincheras se abren a lo largo con los soldados alemanes en una y el ejercito inglés en otra

El comandante inglés Fitz, sale de la sala de mando a revisar las trincheras, donde cientos de soldados se mataban entre sí y pasan el crudo invierno con frio, hambre y las miserias propias de las guerras.

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Recorrió toda la trinchera, zigzagueando por un travesaño, luego por el otro, y no vio a nadie. Era como una historia de fantasmas, o uno de esos barcos flotando intacto sin tripulantes a bordo.

Tenía que existir alguna explicación. ¿Es que se había producido algún ataque del que Fitz, por algún motivo, no se había enterado?

Se le ocurrió echar un vistazo al otro lado de un parapeto.

Aquello no podía ser una casualidad. Muchos hombres habían muerto el primer día en el frente por echar un vistazo rápido asomandose por la trinchera.

Fitz agarró una de las palas de mango corto llamadas "herramienta de trinchera". Metió la hoja de la pala por el borde del parapeto. Luego se subió al saliente de tierra en forma de escalón en el que se apoyaban los soldados para disparar y, poco a poco, fue asomando la cabeza para mirar a través de la pequeña ranura abierta con la hoja de la pala.

Lo que vio lo dejó atónito.

Los hombres se encontraban en el territorio lleno de cráteres que era tierra de nadie. Pero no estaban combatiendo. Estaban agrupados en corrillos, charlando.

Había algo curioso en su aspecto, pasados unos segundos, Fitz se dio cuenta de que algunos uniformes eran de color caqui y otros, gris militar.

Los hombres estaban hablando con el enemigo.

Fitz tiró la pala de trinchera, sacó la cabeza por el parapeto y se quedó mirando. Había cioentos de soldados en tierra de nadie, que que llegaban hasta donde alcanzaba la vista, a derecha e izquierda, británicos y alemanes entremezclados.

¿Qué demonios estaba pasando?

Encontró una escalerilla de mano para salir de la trinchera y subió como pudo por el parapeto. Avanzó por la tierra revuelta. Los hombres enseñaban las fotos de sus familias y sus novias, ofrecían cigarrillos e intentaban comunicarse entre ellos, diciendo cosas como: -yo Robert, ¿tú qúién?-.

Fitz localizó a dos sargentos, uno inglés y el otro alemán, totalmente enfrescados en la conversación. Dio un golpecito en el hombro al inglés.

-! Eh, usted ! -exclamó-. ¿Se puede saber qué demonios está haciendo?

El hombre le respondió con el acento gutural de los muelles de Cardiff.

-No sé cómo ha ocurrido exactamente, señor. Un par de alemanes se asomaron por su parapeto, desarmados, y gritaron: - !Feliz Navidad!-, y uno de los nuestros hizo lo mismo y empezaron acercarse unos a otros caminando y, antes de poder decir esta boca es mía, todo el mundo estaba haciendo lo mismo.

-Pero ! si no hay nadie en las trincheras ! -dijo Fitz, enfadado-.

¿Es que no cree que puede ser una trampa?

El sargento echó un vistazo a ambos lados de la línea.

No, señor, si le soy sincero, no puedo decirle que lo crea -respondió con frialdad.

El sargento tenía razón. ¿Cómo iba a aprovecharse el enemigo del hecho de que los soldados de primera linea de ambos bandos se hubieran hecho amigos?

El sargento señaló al alemán.

-Este es Hans Braun, señor -dijo-. Era camarero en el hotel Savoy de Londres. ! Habla inglés !

El alemán saludó a Fitz.

Es un placer conocerle, comandante -dijo-. Le deseo una feliz Navidad. -Tenía un acento menos marcado que el inglés de Cardiff. Le ofreció una petaca -¿Le apetece un trago ?

-! Por el amor de Dios ! -espetó Fitz, y se marchó.

No había nada que pudiera hacer. Aquella situación era difícil de detener incluso con la ayuda de los suboficiles como el sargento galés. Sin su ayuda era imposible. Decidió que lo mejor sería informar a un superior de lo ocurrido y pasarle la patata caliente a otro.

Sin embargo, antes de poder dejar atrás aquella escena oyó que alguien lo llamaba.

-Fitz! !Fitz! ¿De verdad eres tú?

La voz le sonó familiar. Se volvió y vio que se le acercaba un alemán. A medida que el hombre se aproximaba, lo reconoció.

-¿Walter Von Ulrich? -preguntó, asombrado.

-!El mismo!

Walter sonrió de oreja a oreja y alargó la mano. Fitz la estrechó sin pensarlo. Walter correspondió el apretón con vigor. A Fitz le pareció más delgado y su piel clara se había arrugado. "supongo que yo también he cambiado", pensó.

-Esto es increíble -Excalmó Walter- ! Que coincidencia!

- Me alegro de verte en plena forma -respondió Fitz-. Aunque supongo que no debería alegrarme.

-!Lo mismo digo!

-¿Qué vamos a hacer con esto? - Fitz hizo un gesto con la mano en dirección a los soldados que habían confraternizado-. Me parece preocupante.

-Estoy de acuerdo. Mañana puede que no quieran disparar a sus nuevos amigos.

-¿Y qué haremos entonces?

-Debemos librar pronto una batalla para que vuelvan a la normalidad. Si ambos bandos empiezan a dispararse por la mañana, no tardarán en volver a odiarse.

-Espero que tengas razón.

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Tres años y once meses despúes habían muerto más de diecisiete millones de soldados, más de veitiun millon de heridos y mutilados y medio planeta arrasado. La história se repetirá más tarde, y sigue repitiendose en nuestros dias.

Que razón tenía el escritos francés Paul Valéry cuando dijo; -La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conoce pero no se masacran.